Yo no quito el crucifijo

miércoles, 28 de julio de 2010

¿A quién le importa España?


“Prometo por mi conciencia y honor, cumplir fielmente las obligaciones del cargo de Presidente de Gobierno, con lealtad al Rey, y guardar y hacer guardar la Constitución como norma fundamental del Estado, así como mantener el secreto de las deliberaciones del Consejo de Ministros”

José Luis Rodríguez Zapatero
Palacio de la Zarzuela,
17 de abril de 2004 y 12 de abril de 2008


Ese grupo de hombres que conquistó el Mundial de Futbol, fue el artífice de que los españoles nos sintiésemos orgullosos de nosotros mismos y volviésemos a sentir sensaciones, ilusiones y sentimientos que desde hacía mucho latían adormecidos en lo más profundo de nuestro yo. A causa de las constantes falacias proferidas por la izquierda y los grupos mediáticos que corean y amplifican sus consignas, los españoles habíamos perdido nuestra propia estima y cobardemente acomplejados, sustituíamos la palabra España, por el concepto: “este país”; la expresión sagrada en todo el mundo occidental de “Patria”, nosotros la borramos de nuestras conciencias porque la izquierda logró que se identificase con el fascismo; lo mismo hicieron con la bandera, permitiendo e incluso fomentando, que fuese ignorada, sustituida, insultada, escupida, ultrajada y hasta quemada con, al menos, indiferente complacencia.

Pero la Selección Nacional Española de Fútbol, Nadal, Contador, Alonso, son ese grupo de hombres que ha conseguido poner el nombre de España a la altura que por su historia le pertenece, e hicieron posible el milagro: que los españoles olvidásemos nuestros complejos y orgullosos, enarbolásemos nuestra bandera; gritásemos con entusiasmo la palabra España y cantásemos con emoción ¡Soy español!, ¡Soy español!, ¡Soy español! Y ello, con evidente disgusto de una izquierda perdida, sin norte, sin ideas y con la mirada puesta en la destrucción de los valores y principios en que siempre se inspiró la unidad de España y con escandalosa alarma y nerviosismo de los totalitarismos nacionalistas.

Del entusiasmo de la roja —como malintencionadamente denomina el Sr. Rodríguez a la Selección— pasamos al desencanto de la negra que tenemos encima. De la inyección de optimismo que nos produjo nuestra selección, al pesimismo fundado que nos causó el debate sobre estado de la nación.

Quien siguiera el mismo con alguna atención ¿Qué consecuencias pudo sacar? Pues que este no constituyó otra cosa mas que un manifiesto escarnio y desprecio de los políticos —que dicen representarnos— para todos los españoles y especialmente, para los más desfavorecidos.

En el hemiciclo pudimos contemplar a un presidente del ejecutivo preso de sus propias contradicciones, sin iniciativas, sin soluciones para los problemas que acosan a los españoles y a merced de los acontecimientos. Su patética imagen, me recordó la de aquel neurótico y peligroso capitán de barco, que Humphrey Bogart interpretara magistralmente en “El motín del Caine”.

España es hoy una nave sin rumbo, sin timonel y con un capitán abatido por la galerna, con la sola y única idea de mantenerse en su puesto, “le cueste lo que le cueste”, intentando llegar desesperadamente al puerto de las próximas elecciones.

En su derivar, no solo ha dilapidado las repletas bodegas de la nave que recibió, sino que además de hipotecarla por varias generaciones, haciendo oídos sordos al escorbuto que supone para su tripulación —más de cuatro millones y medio de parados— y contra las órdenes recibidas del Cuartel General Constitucional[1], sigue siendo su voluntad entregar arbitrariamente parte de esa nave a la deriva que es España, a los jerarcas políticos independentistas, lo que pudiera constituir un fraude de Ley[2] de muy graves consecuencias.

Pero es que continuando en términos marinos, la Intervención Delegada del Estado Mayor de la Armada, representada por el jefe de la oposición, por pura estrategia electoral, en el legítimo y obligado ejercicio de las funciones que tiene encomendadas por la Constitución, renunció a presentarse como la opción de cambio decidida, sólida, clara y convincente, capaz de recuperar el rumbo perdido. Y ello en una situación tan delicada y peligrosa como la que, por voluntad de su capitán, se encuentra el barco, a punto de partirse en pedazos y naufragar para siempre.

En condiciones tan extremas, quien tenía el lícito poder y deber para poner de manifiesto las peligrosas arbitrariedades cometidas por quien ha inspirado, estimulado y promovido leyes inmorales e injustas y movimientos orientados a destruir todos los valores en los que desde hace más de quinientos años se ha asentado la realidad de la nación española, optó por ignorar tan temerario proceder y se limitó a exponer una serie de generalidades de tipo económico ya sabidas —aunque no por ello menos importantes— y meterse en la inútil petición de que el capitán abandone la nave y en la estéril polémica de si usted es malo y yo soy bueno y viceversa. Pero en absoluto rozó siquiera uno de los problemas más graves que tiene planteados España, que es la voluntad que el capitán tiene, aun en contra de lo sentenciado por el Tribunal Constitucional, de entregar parte de la nave a las oligarquías nacionalistas. Pero afrontar ese problema con honradez, con la Ley en la mano, con una auténtica vocación de servicio a España y los españoles, era políticamente incorrecto, por si en el futuro había que negociar con ellos para poder obtener parte del mando del buque.

Por el contrario, se achicó cuando un envalentonado capitán le espetó que aguantaría hasta el final le costase lo que le costase y para coronar el plante, le desafió a que se atreviese a llevar a cabo su relevo en el mando, mediante los mecanismos previstos en el reglamento: presentar una moción de censura.

Ya sabemos que a las oligarquías nacionalistas —que no a su pueblo— les conviene mantener al capitán en su puesto, pero sin poder; entregado mansamente a sus voraces e insaciables demandas encaminadas a seguir saqueando la nave e imponer en la misma su Ley, incluso mediante la baladronada amenaza de proclamar unilateralmente la independencia.

En la posición privilegiada en que ahora se encuentran, no cabe pensar bajo ninguna circunstancia que prestasen su apoyo a una moción de censura, relevando de su puesto a un capitán que es en sus manos, el sumiso brazo ejecutor de sus ya desenfrenadas ambiciones.

Pero aun así, y en la más que probable posibilidad de no ganar en el intento, entiendo que una inmensa mayoría de los españoles habría tenido la posibilidad de constatar cual era el camino alternativo que nos ofrecía quien solicitaba su relevo. En esa tesitura, cada opción política se habría visto en la necesidad de descubrir sus cartas; el desgaste para quien ahora capitanea la nave, hubiese sido inconmensurable, constituyendo un comienzo mucho más próximo, de un final anunciado.

Naturalmente, en ese descubrir cada uno sus cartas, quien legítimamente aspirase a ostentar el mando de la nave, hubiese tenido que exponer cuales serían las disposiciones, no solo económicas, sino también de regeneración moral y política y sobre todo, de organización territorial, que a su entender habría que poner en práctica, para corregir el rumbo y evitar el naufragio. Y lo cierto es que el buque se encuentra ya en condiciones tales, que a la tripulación solo se le puede prometer austeridad en su gobernación y sacrificios para todos, durante mucho tiempo.

Reconozco que no es un programa muy sugestivo que posibilite ganar unas elecciones. No son pocos los que prefieren mirar hacia otro lado y pensar que no es tan fiero el león como lo pintan. Veremos que piensan mañana, si tienen la desgracia de verse afectados por la epidemia del paro; la degradación de la sanidad y la educación; la emancipación sexual de sus hijos a los 14 años; los efectos explosivos de la píldora del día después o un aborto ignorado de sus hijas a los 16 años; la congelación y rebaja de sus pensiones o la casi nula virtualidad de la Ley de dependencia

Sin embargo es urgente que la oposición se desprenda de una vez por todas de sus innumerables complejos por miedo a que le llamen facha, fascista, le califiquen de extrema derecha y otras falacias similares y se presente como una opción compacta y clara, dispuesta a presentar transparentemente, sin dobleces, disimulos u ocultamientos, el programa que la gran mayoría de los españoles estamos esperando.

Es cierto que para obtener el poder y arreglar —hasta donde se pueda— las perversidades que se han cometido, antes hay que ganar las elecciones, lo cual no le va a resultar a la oposición nada fácil. El capitán está decidido a jugar marrulleramente y hasta el límite, todas las bazas que tenga en su mano. Su único y exclusivo es seguir en el poder y llevar a cabo su plan de conducir la nave al temerario puerto ideológico de los años treinta del siglo pasado.

De hecho sus bazas ya las está jugando con la mayor hipocresía y sin el menor escrúpulo, entregando parte de la nación a las jerarquías minoritarias nacionalistas, aceptando el estatuto —que no la sentencia— catalán; poniendo en libertad sin causa ni justificación alguna y con evidente desprecio hacia las víctimas, a presos etarras con las manos manchadas de sangre, posibilitando por todos los medios que haya una facción de la banda criminal que se pueda presentar a las elecciones municipales; ganando tiempo para que a poco que pueda mejorar la economía en el futuro, las circunstancias le permitan presentarse como el salvador de la misma, cuando ha sido él, quien con sus demagógicos derroches, ha dilapidado la herencia recibida. Pero por si todo esto no resultase como tiene previsto, tengo la convicción de que la última jugada la tiene ya preparada para que se olvide todo el deterioro y quebranto, tanto moral como económico, que en tan escaso tiempo nos ha causado y muy bien pudiera ponerla en práctica poco antes de las elecciones. Los que conocen a fondo su trayectoria, saben que es todo un experto en el dividir para vencer. Puede ser una jugada maestra para profundizar aún más en la brecha que él se ha encargado de abrir para dividir a los españoles en buenos y malos, fascistas y progresistas, caverna y futuro y lograr que, como infortunadamente ya ocurrió una vez, volvamos a enfrentarnos entre nosotros. Es muy probable que eligiera ese momento, como el más conveniente a sus intereses ideológicos, para promover la ya anunciada Ley de Libertad religiosa, que en el fondo, dados los antecedentes de la inmoralidad de otras leyes ya aprobadas, cabe suponer que no será otra cosa que la expresión legal de su radical anticlericalismo, provocando un enfrentamiento esencial con la Iglesia Católica.

Pero por si hubiese duda, fijémonos las palabras del capitán del barco cuando dice que el "proceso de paz" fue un "acierto" que "sembró una solución definitiva"[3]» , al mismo tiempo que ETA ya habla del "resultado fructífero" de sus años de terror[4]; o las del presidente nacional socialista de la Generalidad de Cataluña, manifestando que: "Recrearse tanto en lo de la unidad de España es casposo e innecesario"[5].

En contraste con estas vergonzosas manifestaciones, profundicemos en las palabras que el Rey de todos los españoles, pronunció en su tradicional invocación al apóstol Santiago: “Te ruego nos ayudes a superar las dificultades que afecten a nuestra vida colectiva y a resolver cuanto antes la grave crisis colectiva que atravesamos de tan duras consecuencias para millones de personas y familias, particularmente para nuestros jóvenes. Ilumina por ello a nuestras autoridades y responsables políticos, económicos y sociales, para que sirvan con generosidad al interés general y favorezcan siempre la cohesión y entendimiento entre todos, atendiendo con eficacia a los problemas de nuestros ciudadanos. Ayúdanos a erradicar el odio, la violencia y la sinrazón de la barbarie terrorista, cuyas víctimas y familiares afectados merecen todo nuestro respaldo y están siempre en nuestros corazones. Patrón de España: te pido que fomentes todo aquello que nos une y nos hace más fuertes, que ensancha el afecto en nuestros ciudadanos, que asegura la solidaridad entre las comunidades autónomas y que hace de España la gran familia unida, al tiempo que diversa y plural, de la que nos sentimos orgullosos”.

El rumbo que desde el primer día tomó quien ahora comanda la nave que España, no es otro que el desarrollo de una estrategia inmoral basada en un oportunismo sin escrúpulos, para mantenerse en el poder y desplegar una política personal, propia de lunáticos iluminados que pretenden cambiar el curso de la Historia y que al final, lo único que consiguen, es sembrar el odio, la ruina y la destrucción de la sociedad sobre la que ejercen su dominio, con graves consecuencias para aquellas otras que les rodean y con las que mantienen contacto. Sin retroceder demasiado en el túnel del tiempo, el mundo aún recuerda con horror la historia del nacional socialismo desplegado por el cabo bohemio Adolf Hitler, líder e ideólogo del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores.

Son personas con mente dictatorial y totalitaria, que aprovechando las posibilidades que les brinda la democracia —no olvidemos que Hitler fue elegido democráticamente en las urnas— se instalan en el poder para imponer el pensamiento único, perpetuarse en el mismo y destruir la esencia misma del sistema democrático. Las trágicas consecuencias de la suprema potestad rectora y coactiva en manos de una insensata ignorancia, pueden ser imprevisibles.

De ahí que lo más urgente sea relevar del mando al capitán de la nave, intentando que el relevo constituya un auténtico descalabro para la opción que representa. Será este el único modo existente, para que sea excluido de toda facultad de mando entre quienes un día confiaron en él, le apoyaron y luego se vieron traicionados.

Parece lógico pensar que su relevo dentro de sus propias filas, debiera generar en las mismas una profunda reflexión que diese como fruto, el que la nueva dirección fuese otorgada a otros dirigentes que tuviesen el necesario sentido de la realidad de la sociedad española y del Estado.

Si queremos devolver a España, al menos, parte de la prosperidad; la influencia y prestigio internacional perdidos, habrá que desandar una buena parte del camino recorrido en los últimos seis años y ello no sería posible ni con un triunfo de la oposición por mayoría absoluta, circunstancia que no me parece nada probable, dada la ambigüedad del aspirante. Pero incluso, aunque se llegase a dar esta circunstancia, sería necesario establecer trascendentales y muy sólidos pactos de Estado con el principal partido de la oposición, ya que los desmanes cometidos han sido de tal calibre, que a mi modesto entender, se hace inevitable ya una reforma de la Constitución y la Promulgación de una nueva Ley Electoral.

Enumerar ahora las traiciones que con el legado recibido de nuestra historia se han cometido en los últimos seis años y las graves consecuencias que de ellas habrán de derivarse, daría para escribir varios tomos.

De no producirse estas circunstancias y el comandante siguiese al mando de la nave hasta conducirla al puerto por él deseado, las elecciones de 2012, los daños que aún podría causar a la misma serían de tal naturaleza, que cabría aplicar las palabras que don Luis Mejía dirigiese a don Juan Tenorio en la famosa obra de Zorrilla, en relación con la seducción de Doña Ana de Pantoja: “Don Juan, yo la amaba, sí; mas con lo que habéis osado, imposible la hais dejado para vos y para mí”.

César Valdeolmillos Alonso
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[1] Tribunal Constitucional


[2] “Los actos realizados al amparo del texto de una norma que persigan un resultado prohibido por el ordenamiento jurídico, o contrario a él, se considerarán ejecutados en fraude de Ley y no impedirán la debida aplicación de la norma que se hubiere tratado de eludir”. Punto 4, Art. 6, Capítulo III del Código Civil Español.

[3] Declaraciones a “El País” publicadas el 25-07-2010

[4] Diario Gara, 25-07-2010

[5] Declaraciones a “El País” publicadas el 25-07-2010

España necesita un Vicente del Bosque



"Muertas las ideologías, el mundo quedó en manos de gente práctica que anula cerebros bajo montañas de nada"
Jorge Valdano
Ex futbolista y entrenador argentino

Gracias de todo corazón a la Selección Nacional Española de Futbol, por habernos dado la gran alegría de habernos dado este día de gloria y haber logrado que, por primera vez en seis años, se hable en todo el mundo elogiosamente de España.

Escrito esto, declaro solemnemente que desde que recién inaugurado el estadio Santiago Bernabeu, mi padre me llevó a ver un encuentro en el que se enfrentaban el Real Madrid y el Sporting de Gijón —tiempos en los que en las filas del equipo merengue figuraban Bañón, Querejeta, Corona, Muñoz, Ipiña y Molowny entre otros, por entonces en España aún no se había oído hablar de Diestéfano— y en el que el equipo asturiano ganó en el último minuto por 0-1, el encuentro me produjo tal aburrimiento y el resultado tal decepción, que nunca más he vuelto a sentir la menor motivación que me haga aficionarme a este espectáculo que mueve intereses inimaginables y suscita tan ardorosas pasiones.

Cuando ocasionalmente veo a través de la televisión alguno de esos inmensos coliseos tronando a causa del rugir de cientos de miles de gargantas porque la pelotita ha traspasado los tres palos, pienso en lo poco que ha progresado la humanidad. Los que manejan el poder siguen distrayendo al pueblo de los problemas y angustias que ellos mismos le causan, con unas migajas de algo y circo, ¡mucho circo!

Los griegos utilizaban los juegos olímpicos como tregua —tiempo de paz— en sus discordias internas, uniéndose todos en torno a un solo objetivo: el triunfo de sus mejores atletas. Los emperadores romanos, para distraer al pueblo de sus innumerables tropelías, convirtieron a sus habitantes en carniceros que bramaban de entusiasmo ante la sangre derramada sobre la arena. Nosotros, en siglo XXI, ofendemos a la dignidad humana, haciendo un escandaloso alarde de derroche en el corazón de un continente en el que una gota de agua potable es más valiosa que un brillante y en el que una gran parte de los niños, mueren a causa de la desnutrición antes de los cinco años. ¡Con lo que se podría hacer en esos mundos de desheredados con los cientos de miles de millones que han costado estos “juegos”!

Quizá hoy las formas sean más refinadas, pero los métodos de hurtar de la mente los problemas de fondo, las variopintas y sofisticadas formas de crueldad que el hombre sigue ejerciendo contra el hombre, no es muy diferente de la de entonces.

Con todo, y al margen del hedor que emana de las ocultas cloacas que alimentan los intereses que pululan en torno al tinglado que constituyen estos gigantescos eventos “deportivos” y la afrenta que los mismos suponen para ese mundo que sumido en la más absoluta de las miserias, carece de lo imprescindible para mal subsistir, he de admitir que en las actuales circunstancias de España, el cabezazo de Pujol en el encuentro contra Alemania y el tan ansiado gol de Iniesta en la portería holandesa, además de la victoria, constituyeron dos campanazos tan rotundos, tan sonoros, tan manifiestos y expresivos, que de los mismos, deberían tomar buena nota las sórdidas, codiciosas y oportunistas oligarquías políticas hacedoras de artificiales nacionalismos y las de los gnomos mentales que las amparan; paletos miopes, que engreídos de su propia y fatua vanidad, tienen la impúdica osadía de presentarse ante el mundo con planetarias visiones que solo anidan en su presuntuosa y liliputiense mollera.

Tanto unos como otros, se creen iluminados salvadores del mundo y no son más que sanguijuelas incrustadas en nuestra piel, incapaces de hacer otra cosa que destruir día a día nuestra sociedad, improvisando sin sentido en función de sus espurios intereses y como su único objetivo es perpetuarse en el poder, de forma miserable aplican el aforismo de Julio Cesar: “divide et impera” divide y vencerás.

Nos separan; nos dividen en buenos y malos, en ángeles y demonios; nos enfrentan a unos contra otros bajo el subterfugio de hacer una sociedad más justa e igualitaria; legalizan el asesinato libre de generaciones enteras, legalizando el exterminio de seres inocentes e indefensos y tienen el provocador descaro de argüir que es para dotar de mayores garantías a quienes están condenados a ser despedazados en el vientre de su propia madre; defienden la idea —y a quienes la han practicado al margen de la Ley— de dormirnos dulcemente para que no despertemos, invocando una falaz muerte digna; dilapidan el fruto del esfuerzo de nuestro trabajo en políticas electoralistamente partidarias a expensas de arruinar a España y a los españoles; con vergonzosa ignorancia, maligna intención y un inconmensurable complejo de inferioridad, eliminan cuando pueden u ocultan y desprecian cuando no tienen otra salida, los símbolos de nuestra identidad nacional, al tiempo que alientan y apoyan voraces tendencias nacionalistas, que con perjuicio para el resto de los españoles, gozan de privilegios injustificables en el siglo XXI. Privilegios que en buena parte, son utilizados para sembrar el odio de sus nuevas generaciones hacia quienes precisamente les estamos manteniendo.

Valgan como ejemplos más recientes —y no me aparto del mundial de futbol— ese video difundido en las televisiones que no están a las órdenes del régimen, en el que se contempla como se coreó el gol de Pujol en una sede nacionalista catalana, cantando “…la puta España”, por cierto, con la música de un tema que ensalza a nuestro país y que después de dar la vuelta al mundo, ha quedado como símbolo de una parte de nuestra identificación nacional. El otro desgraciado ejemplo, es el de ese joven gaditano, que en Pamplona, por parte de unos descerebrados amamantados en el odio a su propia nación —mal que les pese— recibió una puñalada en la axila, por cometer el pecado de ir envuelto en la bandera española.

Dicen los comentaristas deportivos, que el cabezazo de Pujol, impulsó el balón con pasión tal, que el esférico penetro en la portería alemana con la fuerza de un misil.

Lo que los nacionalistas y sus oportunistas socios políticos ignoraban, es que ese misil, perforaría al mismo tiempo la línea de flotación de sus anacrónicas y extemporáneas ideologías, tan alejadas de los sentimientos de la ciudadanía común y corriente; de esa ciudadanía que no goza de poltronas y lujosísimos coches blindados; de esa ciudadanía que no ha sido educada en el odio a sus compatriotas; de esa ciudadanía que no tiene grandes posesiones cuyo origen no se atreven a explicar; de esa ciudadanía que no tiene otro poder que el de su voto en las urnas cada cuatro años; de esa ciudadanía que se levanta a las seis o las siete de la mañana para ir a su trabajo —si tienen la fortuna de conservarlo aún— y producir, para que unos pocos privilegiados se aprovechen de la riqueza que el mismo genera; de esa ciudadanía que no se beneficia de las subvenciones por oportunistas razones de apoyo al poder; de esa ciudadanía que tiene que hacer mil y un equilibrios para pagar su hipoteca, la luz, el teléfono, el agua, el gas, la basura, el impuesto de circulación, el IBI, el IRPF y un rosario de impuestos interminables; de esa ciudadanía que apenas nacidos sus hijos, tiene que, desde primerísima hora de la mañana, dejarles en las guarderías, porque al carecerse de una auténtica política de protección a la familia —salvo la de los que mangonean el cotarro ¡faltaría más!—, forzosamente los dos miembros de la pareja tiene que trabajar, con evidente menoscabo de su vida familiar; de esa ciudadanía que llegan a casa extenuados a la hora de acostar a sus hijos, lo que les impide tener la convivencia familiar necesaria en la que se pueda sembrar la semilla de su formación; de esa ciudadanía que con angustia observa como sus hijos se van empobreciendo intelectualmente a causa de la pésima educación que están recibiendo, con lo que en su día, con muchos y pomposos títulos que no les servirán de nada, con suerte llegarán a ser subalternos de las juventudes de los países de nuestro entorno, muchísimo mejor preparadas que las nuestras; de esa ciudadanía que ve como sus hijos en edad de incorporarse al mundo laboral y labrarse un porvenir, no tienen la menor perspectiva de poder independizarse y formar un hogar; de esa ciudadanía que en plena madurez, cuando más fruto podía dar a la sociedad, se le cercenan todas sus expectativas con el despido o en el mejor de los casos, con una prejubilación anticipada, truncando así de forma traumática, su futuro; de esa ciudadanía que a causa del despilfarro de los mandamases de la cosa pública, ve disminuido su patrimonio y mermado su salario; de esa ciudadanía que después de toda una vida de dar fruto a la sociedad, ve congeladas y amenazadas sus pensiones; de esa ciudadanía que cuando por su edad más lo necesita, va a tener que pagar una sanidad pública que ya pagó cotizando a la SS.SS durante su vida laboral; de esa ciudadanía para la que llegada la senectud, que es cuando más necesita el ser humano el amor, el cariño, el reconocimiento y la ayuda, se le aprobó una Ley de dependencia que al final ha resultado el cuento de la lechera.

El cabezazo de Pujol y el gol de Iniesta, por primera vez en la historia de los mundiales de futbol, hizo posible que la Selección Nacional Rojigualda —la española, no la roja, que ni para hacer demagogia tienen imaginación; la roja es el sobrenombre con el que tradicionalmente se conoce a la selección de Chile— llegasen a conquistar la copa de campeones del mundo, despertando en la generalidad de los españoles, el noble sentimiento de hacer posible el logro de un sentimiento común, representando a nuestra nación; la única que conoce el mundo: España.

La proeza que se ha hecho realidad, no es del Madrid de Casillas, ni del Barcelona de Busquet, Xavi o Pujol, como pretenden para avivar la confrontación entre hermanos, los mezquinos politicastros nacionalistas enriquecidos a la sombra de su superchería y votados por un puñado de ingenuos de muy menguados conocimientos, ignorantes de que ellos serán los primeros en ser las víctimas de los desmanes de aquellos a quienes torpemente creyeron.

Que se enteren de una vez por todas, todos aquellos que cándidamente han creído y caído en las ilusorias pero falaces tesis nacionalistas, que hoy, los españoles todos, reconocemos y honramos la labor desempeñada por los miembros de nuestra Selección Nacional de Futbol, con independencia de que sean, catalanes, vascos, gallegos, canarios o de Valderrábanos de Arriba, porque todos somos ramas que se nutren de la misma savia de un tronco común llamado España.

La hombrada futbolística alcanzada con la conquista del título de campeones del mundo, se debe a ese grupo de hombres, que impregnados de un objetivo común y recíproco, han integrado la Selección Nacional Española. Un grupo de hombres, que más allá del renombre profesional y de los beneficios económicos que pudieran reportarles sus logros, eran conscientes de que estaban defendiendo el prestigio deportivo del futbol español. Solo había que observar el semblante de responsabilidad de sus rostros cuando sonaba el himno de su país y el entusiasmo, la alegría, el júbilo enardecido y hasta las lágrimas de emoción, que nacidas de lo más profundo de sus corazones, brotaban de sus ojos cuando marcaban un gol o lograban superar una eliminatoria más. En esos momentos no sentían ni al Madrid, ni al Barcelona, ni a Cataluña, ni al resto de España. Todos eran unos y uno eran todos. Era España la que triunfaba.

En esos momentos, su alegría no provenía de su entendimiento. Era un atropello de sus sentimientos que brotaba de lo más hondo de su alma. Y es que la Selección Nacional Española, contaba con un sólido puente cuyos pilares se sustentaban en la siembra de una hermosa semilla que habría de dar a todos el fruto de un sueño acariciado durante noventa años: ser por vez primera campeones del mundo. Pero esto es imposible de lograr sembrando la discordia, la confrontación o los agravios comparativos entre los miembros del equipo, sino aunando voluntades y haciendo partícipes a todos y cada uno de los miembros del conjunto —jugadores y cuerpo técnico— de que todos, sin distinción, tenían que ser protagonistas de una gesta que España jamás había logrado. Y ese puente, de apariencia tranquila, de gran mesura en su comportamiento, pero que en su infinita soledad ha sabido sortear escollos, salvar dificultades, ignorar grotescas críticas y hacer de todos un solo hombre, un solo deseo, una sola voz, se llama Vicente del Bosque.

Lo que del Bosque no podía sospechar es que su callada labor al frente de nuestra escuadra, no solo causaría el efecto deseado en los hombres que el comandaba, sino que de su filosofía, nos impregnaríamos todos los españoles, logrando el milagro de que, desechando nuestros complejos, nos uniésemos en ese común deseo de recuperar el prestigio de nuestro país —aunque solo fuese futbolísticamente— y orgullosos, engalanásemos nuestros balcones o saliésemos a la calle revestidos con la bandera española. Los españoles necesitábamos perentoriamente un revulsivo que nos hiciese recobrar nuestra propia estimación ante frases como: “…mi patria es la libertad” o “…el concepto de nación es discutido y discutible”. Por ello, sin obedecer a ninguna consigna, hemos reaccionado espontáneamente como un solo espíritu, como un solo sentimiento, como un solo corazón que ha latido al unísono en todo el territorio español. Y es que del Bosque, a la hora de elegir a quienes con él habrían de compartir la responsabilidad del triunfo o el fracaso, tuvo la sabiduría de optar por hombres que sabía que no solo desempeñarían brillantemente su cometido, sino que además estaban —como el mismo manifestó una vez obtenido el título— impregnados de unos valores y principios que se alzaban por encima de su habilidades y conocimientos y que serían decisivos en la consecución de ese sueño común.

Solamente una nube ensombrece este rayo de luz. Y es que hayamos tenido el valor de reaccionar de este modo ante el hecho de atinar a introducir el balón hasta el fondo de la red y callemos cobardemente, como si con nosotros no fuese, ante esos cien mil seres nocentes que cada año ven truncada su vida en el vientre de sus madres en España.

¿Qué clase de sociedad es la nuestra, que es capaz de vibrar como un solo ser por el triunfo en un juego y se desentiende de un hecho tan sanguinario como es el aborto? ¿Qué clase de sociedad es la que —con razón— reprocha el maltrato a los animales al tiempo que defiende, comprende, disculpa o vuelve la cabeza hacia otro lado, cuando de aniquilar la vida humana se trata? ¿Donde dejamos los tan manoseados “derechos humanos” y “la protección del no nacido”?

Con todo, este que suscribe, que habitualmente no siente el menor interés por el futbol, vibrando todo su ser y con los ojos nublados por la emoción, no quiere dejar de felicitar de todo corazón a nuestra Selección Nacional de Futbol. Han trabajado con profesionalidad; con coraje; dejándose la piel cada uno en su misión; sufriendo y gozando todos ellos como una piña, sin personalismos. Han hecho equipo y han cumplido con su deber y España deberá y sabrá honrarles como se merecen. Lo que siento es que en vez de jugar al futbol, no se dediquen a la política. Porque España necesita en La Moncloa un Vicente del Bosque, acompañado por unos hombres como los que nos han representado en Sudáfrica.

César Valdeolmillos Alonso