Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos.
Viktor Frankl
Neurólogo y psiquiatra austriaco
¡Crisis! En la TV, en la radio, en la prensa, en la calle, en la empresa, en el seno de nuestra familia, escuchamos constantemente esta palabra. Una realidad en la que nos encontramos hundidos desde hace tiempo. Una situación que se ha establecido en nuestro ánimo y que de forma implacable, al igual que el martillo lo hace sobre el yunque, golpea nuestro espíritu de forma constante. Pero este hecho, ¿nos hace ser conscientes de que nos encontramos ante un problema que nos sitúa a todos en una situación tan delicada, que inevitablemente promoverá una transformación importante de nuestra situación social?.
En cualquier sociedad sólidamente establecida, el desarrollo de este proceso, da lugar a una inestabilidad emocional del individuo que produce el temor ante un futuro desconocido. La suma de los temores de cada uno de los miembros de la colectividad de la que formamos parte, es la que origina una atmósfera global de lógica duda e inseguridad en el tejido social, de la que solo es posible salir cuando se hace un análisis correcto de la realidad y valientemente se adoptan las medidas correctoras necesarias que conduzcan al objetivo más adecuado de los posibles.
Pero cuando hablamos de “crisis”, ¿a que “crisis” nos referimos? Es cierto que se ha producido una quiebra global en orden financiero. Pero esta fractura del sistema económico mundial, no es más que la manifestación externa de una catarsis global que atraviesa todos los ámbitos de nuestra existencia; el concepto de la vida y de la muerte; la consideración del individuo como ser único, singular e irrepetible; la educación y la cultura entendidas en un sentido universal y de respeto; el reconocimiento del fruto que inevitablemente proporcionan la dedicación, el sacrificio y el esfuerzo; el valor insustituible de la familia; el prestigio de las instituciones basado en la ejemplaridad de aquellos que las representan y la recuperación de los valores humanistas, perdidos en aras del relativismo, que nos ha establecido en un materialismo deshumanizador y egoísta que solo nos conduce a ninguna parte en un estado de permanente insatisfacción.
Es innegable que hay hombres inicuos que cuidadosamente nos han llevado al abismo y algunos de los cuales —como es el caso de España— empecinadamente continúan perseverando en ese camino. Pero no es menos cierto, que de algún modo, todos hemos participado en esa empresa. Y no nos hagamos trampas al solitario. Muy pocos eran los que no intuían que algo tenía que pasar.
La crisis es una manifestación que ha convulsionado al mundo entero, mucho más duramente en los países regidos por el socialismo, sin distinción de clases sociales. Vivimos obsesionados con señalar a los culpables —lo que no está demás— sin preguntarnos cual es la causa que ha dado lugar a esta situación.
La raíz de la misma, encuentra su origen en nuestra cómoda instalación en un entorno en el que todo es basura; desde la comida a la televisión, pasando por principios tan importantes como el olvido —cuando no el rechazo— del testimonio heredado de nuestros mayores, a quienes en no pocos casos llegamos a considerar un impedimento o hasta un estorbo para nuestros planes.
El resultado de esta realidad ha derivado con más frecuencia de lo deseable, en una dejación de nuestros deberes como padres en la formación[1] de nuestros hijos, depositando esta responsabilidad en manos de quien no le corresponde, el Estado, el cual ha encontrado la situación propicia para moldear las conciencias de los mismos[2] y adaptar a sus intereses la realidad histórica de los pueblos, haciendo de ellos fieles y presionados súbditos, en vez de libres ciudadanos con capacidad para pensar y discernir por sí mismos.
Cuando comprobamos a diario, que por intereses bastardos, el sistema se asienta con una casi absoluta impunidad en el fraude, la agresión, el engaño, la ocultación y la mentira permanentemente, nos invade un sentimiento negativo de impotencia que se extiende como una mancha de aceite, apoderándose de la sociedad un descreimiento generalizado.
En este proceso, es importante señalar el trascendental papel que juegan, los que Julián Marías denominó, “medios de desinformación”, censurando, vetando, ocultando, magnificando, minimizando, parcializando, dirigiendo, sacando fuera de contexto, fomentando, atacando o equiparando situaciones claramente diferenciadas y todo ello en función de sus propios intereses.
Este escenario es el que ha provocado que vivamos sumidos en una profunda crisis cultural y social. Crisis que significa la pérdida de convicción, de certeza. Somos invadidos por el sentimiento de que es imposible hacer pie en nada firme. Ello nos hace vagar sin rumbo sumidos en la convicción de no poder dar una orientación a nuestras vidas. La consecuencia es una crecida aparición de depresiones, estados de ansiedad y angustia, que nos instalan en la desconfianza.
La nave del progreso material y el mal llamado “estado de bienestar”, nos ha arribado a un puerto en el que solo hemos encontrado una gran pérdida de la calidad del ser humano y sus relaciones interpersonales.
La masa de la que hablaba Ortega y Gasset se ha transformado en una multitud más crítica que, desorientadamente busca soluciones.
Pienso y creo, que para salir de la confusión, el primer paso es tener una idea clara de lo que es y lo que representa el ser humano, al que ahora no se le da valor alguno y sobre la invocación de una supuesta demanda social, cual esclavo de los tiempos de Roma, se ve sometido a la voluntad del césar de turno.
Nos decía Ortega y Gasset que cuando estamos perdidos y ahogándonos en un mar de incertidumbres e incredulidades, hay algo de lo que no podemos dudar: de nuestra propia vida, nuestra vida concreta, la de cada uno. Según sus palabras, "vivir es lo que nos pasa, desde pensar o soñar o conmovernos, hasta jugar a la bolsa o ganar batallas. Pero, bien entendido, nada de lo que hacemos sería nuestra vida si no nos diéramos cuenta de ello. Todo vivir es vivirse, sentirse vivir, saberse existiendo". El ser humano se encuentra inmerso, por una parte en su propio “yo” y por otra, en el contexto en el que ese yo debe desarrollar su existencia. De ahí la universal expresión que el filósofo incluye en Meditaciones del Quijote: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella, no me salvo yo".
El objetivo del ser humano, no es él en sí mismo, sino la tarea, el proyecto, ese algo que ha venido a desarrollar y se va forjando a medida que se realiza. El ser humano es un proyecto que lucha por realizarse en una situación concreta, pero cambiante al mismo tiempo. Decía Alexis Carrel “Lo mismo que un río: el hombre es cambio y permanencia”. Por ello se hace precisa la búsqueda permanente de alternativas en la contienda de la vida. Del hallazgo de esas opciones, dependerá el estado de satisfacción, sufrimiento, angustia, tristeza o alegría en que nos situemos.
Si es un hecho que la mayor parte de las veces no está en nuestras manos adecuar a nuestro gusto las circunstancias, no nos quedan mas que dos opciones: amoldarnos al contexto en que nos encontramos inmersos, sin someternos a sus dictados, conservando los propósitos esenciales de nuestro proyecto y optar por alguna de las opciones de acción que se presenten o en caso extremo, determinar un cambio radical de proyecto, lo que requiere un serio ejercicio de reflexión.
El hecho es que, cual volcán que ha comenzado a entrar en erupción, bajo lo que estimamos como una mera crisis económica, germina el estallido de toda una revolución socio-cultural y como decía Rabindranath Tagore “Para que una revolución tenga éxito, debe redescubrir valores ya olvidados y adaptarlos a las exigencias de la época”.
César Valdeolmillos Alonso
[1] No hay que confundir formación con educación
[2] En España promulgando leyes como Educación para la ciudadanía, Memoria histórica, Matrimonios homosexuales, Aborto y otras de semejante cariz orientadas a destruir la familia y la supresión de todo tipo de valores humanistas.
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