Yo no quito el crucifijo

miércoles, 19 de agosto de 2009

La máscara de la temeridad


La democracia es el proceso que garantiza que no seamos gobernados mejor de los que nos merecemos.

George Bernard Shaw

Preguntado por la opinión que le merecía la afirmación de la Ministra de Igualdad, Bibiana Aído, de que un embrión no es un ser humano, el vicepresidente del Colegio Oficial de Médicos de Madrid dijo textualmente: “…allá la ministra con sus deficiencias intelectuales”.

Cuando esta misma ministra utilizó los conceptos de miembros y miembras en el Congreso de los Diputados y en vez reconocer el barbarismo lingüístico cometido, tuvo la temeridad de plantear su inclusión en el diccionario, el reputado dialectólogo y lexicógrafo, Gregorio Salvador, miembro de la Real Academia de la Lengua (RAE), aconsejó a la ministra que se dejara de "bromas de mal gusto", añadiendo que tal inclusión era imposible. Y agregó: "Eso solo se le puede ocurrir a una persona carente de conocimientos gramaticales, lingüísticos y de todo tipo”.

Nos estamos acostumbrando a considerar salidas de este corte, como bufonadas caricaturescas propias de personas incultas, ignorantes y desde luego en absoluto preparadas para el cargo. Y a lo peor, hasta es posible que tan renombradas eminencias, sean elegidas expresamente para representarse así mismas, precisamente porque responden a ese perfil de temerario desconocimiento, y asentados en su propio analfabetismo, cumplirán fielmente, repitiendo como papagayos las consignas que en cada momento dicta la jerarquía.

En realidad no es asunto que me preocupe si es así o si por el contrario están simplemente representando un papel que forma parte de la ingeniería política —por cierto muy efectista— diseñada por los ideólogos de la izquierda.

Lo que sí resulta verdaderamente preocupante, es que políticos, profesionales y analistas de reconocida solvencia y preparación, dediquen gran parte del tiempo de sus respectivas reflexiones a comentar el color de la eventual fachada del edificio —color que con frecuencia cambia de la noche a la mañana— sin analizar en profundidad el proyecto al que responde la obra, que es lo verdaderamente trascendente.

En mi artículo “La oculta filosofía de la laicidad”, en el que tomaba como punto de referencia el mal llamado bautizo laico que Zerolo, representante socialista en el Ayuntamiento de Madrid, protagonizó con el hijo de Cayetana Guillén Cuervo, escribía: “No nos tomemos este episodio como una mera extravagancia más de un personaje pintoresco, porque, en lo que simplemente pudiera parecer una mera peripecia grotesca y esperpéntica, según las propias palabras del actuante, subyace la filosofía de una izquierda española que ha demostrado sobradamente, que en vez de fijar sus objetivos en un futuro en el que reine la armonía, la paz, la prosperidad y la colaboración entre todos los españoles, nostálgicamente sigue anclada en la noche oscura del pasado y sus prejuicios”.

Cuando el PSOE ganó las elecciones de 1982, el entonces todopoderoso Alfonso Guerra pronunció muchas frases, de entre las cuales aún resuenan especialmente dos en los oídos de todos los españoles. La primera de ellas: “vamos a dejar a España que no la va a conocer ni la madre que la parió”. Aquella ni era una sentencia premonitoria, ni una sórdida provocación hecha de cara a su electorado. La misma revelaba la existencia de un complejo y minucioso diseño, cuyo último objetivo no era el, "Tó p´al pueblo" que pronunciara cuando se expropió Rumasa, sino la ocupación permanente del poder —a semejanza del PRI (Partido Revolucionario Institucional)— que gobernó Méjico durante setenta años consecutivos y cuyas similares consecuencias en el país hermanos, bien podrían ser equivalentes a los resultados del análisis del enmarañado y corrupto entramado político, económico y social de Andalucía, que siendo una de las autonomías con mayor potencial de riqueza, después de treinta años ininterrumpidos gobernada por el PSOE, se encuentra en el furgón de cola de todas las instituciones europeas.

Pero ese propósito era imposible de lograr, sin antes “matar” a Montesquieu y así poder someter al poder político, a los órganos e instituciones encargados de administrar la legalidad, lo que se logró con la aprobación de la Ley Orgánica del Poder Judicial en 1985, a decir verdad, casi por unanimidad de la Cámara, por lo que, de la situación actual de la Administración de Justicia, es responsable prácticamente la totalidad de la clase política española. Fue entonces cuando Alfonso Guerra pronunció su lapidaria frase: “Montesquieu ha muerto”.

Este fue el paso fundamental que permitiría poner en marcha un proceso de la envergadura y calado del que para nuestro país ha tenido siempre la izquierda, cuyo ultimo fin es perpetuarse en el poder a través del intervencionismo absoluto de la sociedad civil; del control y fiscalización de los medios de comunicación; eliminación de cualquier tipo valores que representen al humanismo cristiano; confrontación y amordazamiento de la Iglesia; debilitación nuestros ejércitos hasta convertirlos en una ONG; entrega a los nacionalismos con el consecuente desmembramiento del Estado, que de facto, se encuentra ya inmerso en el federalismo asimétrico que impulsara Pascual Maragall; eliminación progresiva de los símbolos de nuestra identidad nacional —recordemos las frases del Sr. Rodríguez: "Mi patria no es España, sino la libertad" o la que dijo en el Senado: “Nación es un concepto discutido y discutible”— el empobrecimiento cultural de las nuevas generaciones, para así presentarles sin que se produzca objeción alguna, el falseamiento descarado de la realidad histórica y la creación a medida de un maquiavélico espejismo virtual, en el que la imagen reflejada será un hedonismo sin rumbo, la ausencia de cualquier tipo de estímulo y esfuerzo, bajo el envenenado envoltorio de unos presuntos derechos, que a la larga les harán esclavos permanentes del Estado.

Cuando un proyecto de esta naturaleza toma cuerpo y adquiere vida propia como es el caso del que estamos soportando, es difícil controlarlo en todas sus vertientes y hasta se le puede escapar de las manos a quien lo puso en marcha. No son pocos los históricos del PSOE que contemplan con preocupación el rumbo que ha tomado la nave capitaneada por el actual presidente del ejecutivo. Alfonso Guerra —el paladín de los descamisados que fletó un avión oficial, concretamente un Mystère, para ir a Sevilla a los toros— que se caracterizó siempre por su sarcástica locuacidad contra todo aquello y aquellos que no se identificasen con los tópicos demagógicos de la izquierda —“No descansaré hasta conseguir que el médico lleve alpargatas", dicho en un mitin en 1982 en Jerez de la Frontera— me temo que ya empezaba a albergar dudas sobre del rumbo que estaban tomando las cosas, cuando el 12 de junio del pasado año declaraba en Tele Madrid: "Una mujer que es maltratada por el marido es un drama terrible, y al marido hay que condenarlo con todas las de la ley, pero pasar de ahí a que una mujer que diga "yo soy maltratada", y ya todo el mundo de rodillas, oiga, pues no" —prefiero no imaginar las exquisitas ingeniosidades que debieron dedicarle privadamente las feministas— o la muy sensata advertencia que el ocho de septiembre del mismo año hizo a raíz de las tensiones que se produjeron con el Presidente de la Generalidad Catalana, como consecuencia de la insaciable voracidad presupuestaria de esta comunidad autónoma. Guerra advirtió de las consecuencias de que en alguna comunidad autónoma, en clara alusión a Cataluña, se unieran todos los partidos contra el Gobierno, ya que se podría derribar al Ejecutivo nacional, a lo que José Montilla se apresuró a responder, que el diputado del PSOE Alfonso Guerra "no es una voz representativa del socialismo".

Estos breves apuntes demuestran claramente que estamos inmersos en un proceso de maquiavélica ingeniería política, que solo responde al oportunismo electoral del voto para mantenerse en el poder, pero que mucho nos tememos que desemboque en procelosos mares en los que la nave termine a la deriva en mitad de la galerna.

Por eso me asombra y me preocupa extraordinariamente que con tanta frecuencia, dejemos distraer nuestra atención con lo puramente anecdótico, porque dándole la vuelta a una frase del historiador, político y teórico italiano Nicolás Maquiavelo, “Todos ven lo que aparentamos, pero pocos ven lo que somos”.

César Valdeolmillos Alonso.

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